Cada mordisco sobre este mundo es una jugada de riesgo,
una posibilidad de sangrar profusamente cuando llegas
a la alcantarilla, un resonar de dientes con o sin
lloro bíblico, un ejercicio tras el cual siempre quedan
los pedazos de cáscaras empotrados. Por un rato
te quejas de esas barreras entre dientes pero minutos
después asumes que todo eso desaparecerá y en la calle
siguiente se va a podrir olvidado. Haces el recuento
cuando no quedan más manzanas que morder pues
las dos restantes están tan podridas como las intenciones
de uno que otro sector ideológico ombliguista. El que muerde
las manzanas que ganó debe morderlas con seguridad,
llegar hasta el corazón de ellas sin acobardarse
pues no te expulsarán de ningún paraíso terrenal.
Como mínimo escupirán otras cáscaras absurdas ante ti.
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