02 abril, 2018

1 AÑO SIN EL MORITO

A estas alturas del año pasado ocurrió algo que me vale no olvidar: se arrancó por última vez para no volver Morito, uno de nuestros perros. Llegó a la casa a principios de 2006, el año en que Italia ganaba el Mundial de Fútbol en Alemania, se hacía notar la Revolución Pingüina con marchas y tomas (Nicolás Copano despachó para la Rock & Pop desde un liceo tomado), Fran Valenzuela comenzaba a sonar en la banda FM, Bob Dylan lanzaba el MODERN TIMES, Colo Colo ganaba los dos torneos de ese año con Claudio Borghi en la banca, Javiera Mena aparecía con ESQUEMAS JUVENILES y servidor colaba una carta por primera vez en la edición local de la Rolling Stone (fue la misiva del mes de octubre, merecedora de un DVD de los Cranberries; luego vendrían dos más).

Morito fue un compañero fiel, un elemento especial a la hora de sobrellevar la vida en un hogar donde debíamos soportar a un personaje detestable, al cual logramos sacar en el invierno de 2007. Se desarrolló y creció con todo el cariño que le pudimos dar. Uno lo apapachaba en el pasillo, en los sillones, en la cama de mi cuarto y en la de mi mamá. Como cualquier can, se sobresaltaba con los pasos inclementes de otros perros o de los gatos que corren por el techo y joden, moviéndose a tal punto que uno se asusta y cree que viene un terremoto, sensación agudizada tras lo que ocurrió en febrero 2010. Le agarraba las patitas. ¡Patitash!, como decían en su momento Tere Hales e Ina Groovie. Era lo más cercano a una versión negra de Snoopy. Impetuoso y calentón, más calentón que Julio César Rodríguez, punteaba harto. Y por mucho tiempo uno pudo tomarlo en brazos. Las veces en que se escapaba eran para sufrir, en especial cuando en el propio 2010 aprovechaba algún descuido, o en 2014, justo después del Mundial de Brasil y en la semana que Canal 13 marcó para estrenar la teleserie Chipe Libre. Tuve que correr para alcanzarlo y agarrarlo caminando, con una fatiga y unos dolores en los brazos espantosos. Ya pensaba que la próxima vez ya no lo agarraríamos. Mamá salió ese domingo a la feria, y yo me fui a la Biblioteca de Santiago, tras hojear Las Últimas Noticias. Me llama cuando estoy en ese lugar, y me cuenta que el Moroso se arrancó. Lo primero que pensé fue que yo tenía la culpa. Debí haber esperado, pero la hueona se puso Olguita Marina pa sus hueás y salió cascando. No tengo otras palabras para definirlo. Aunque estuviera pendiente del último día de Lollapalooza Chile 2017, con The Strokes cerrando, para mí fue uno de tantos días de mierda de un año de mierda, con el problema que tenía mi hermano, con las cagadas que me mandaba en la Vidriería Figueroa, con el odio parido que sentí hacia mí mismo, hacia el Partido Socialista, hacia el Partido Comunista, hacia la censura a Pamela Jiles en un programa dominical, y con Chile fuera del Mundial de Rusia. Menos mal que Arca, Luis Fonsi, Mon Laferte, Adelaida, Axwell ^ Ingrosso, Vesta Lugg, Jorge Lira, Valeria Ortega y Denise Rosenthal estaban allí. Al Morito lo buscamos, pero nunca más se asomó ni por si acaso. Actualmente la bancada perruna sigue teniendo representación en casa con Morita, una perrita negra muy tierna e inquieta que se trajo mi hermana, y Nolan, un blanquito igualmente bello que nos acompaña desde 2015, o sea, el ausente lo alcanzó a conocer y a punteárselo. Morito es a nosotros lo que Richey Edwards a los Manic Street Preachers: un ser especial al que vamos a extrañar siempre. Porque fue tan adorable como un caballito loco, como un cocodrilito. Fue el rockstar de los perritos. Hoy es el Día Internacional del Morito. Así comienza abril.

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