14 junio, 2015
INFOLIOS DE ESTE TIEMPO Y OTROS: las cenizas olorosas de Antonio de Undurraga
En uno de mis habituales peregrinajes por la calle San Diego, pude enterarme que en la Librería Rubén Darío tenían varias ediciones de libros publicados por Antonio de Undurraga, escritor chileno fallecido en 1993, abogado y diplomático que estuvo en Argentina y Panamá, y que igualmente fue vicepresidente de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y de la sede local del PEN Club, además de fundar la revista Caballo de Fuego. Firmó novelas, cuentos y poemas, cultivando en terrenos líricos una vertiente hermética, metafísica y pomposa donde salió airoso tanto en el verso libre bien largo como en textos de destellos breves desmontables. Fuera de eso redactó estudios sobre otros poetas como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha y Carlos Pezoa Véliz. Uno de los tomos que me llevé aquella vez fue una plaquette antológica editada en España: SINFONÍA DEL HOMBRE QUE ANDA A PIE (Rondas, 1980), 20 páginas que exhiben material hallado originalmente en libros como ZOO SUBJETIVO (1947), PASAPORTES PARA ARGONAUTAS y HAY LEVADURA EN LAS COLUMNAS (los dos últimos son de 1960). Allí se pueden tantear las huellas de esta obra convivencial, de raíz universal pero anclada en América y la grandeza de su paisaje. Buenos ejemplos de ello son textos como un soneto sobre la isla panameña de Taboga (dedicado a Alonso de Ercilla y Zúñiga), la "Balada del mar de las antillas" o la propia "Sinfonía del hombre que anda a pie". No menos valiosos son otros ejercicios de pinceladas más finas, como "Fábulas adolescentes", cinco máximas donde se cuela un consejo especial: Escribe con la punta de las llamas./Sólo al caracol/es dado hacerlo con saliva. O los "Epitafios para el Hombre de Indias", del que me atrae el del Político, atención: Engañó a todos los hombres y durmió demasiado./El océano le calzó todas sus máscaras./La muerte estima que aún está vivo. Al cierre de esta breve y fina selección llega "Fragmentos del Diario del Faraón Amenofis III", que en su momento fue comparado con las "Coplas a la muerte de su padre" de Jorge Manrique por manifestar el sentido de lo vano de las cosas temporales. El fragmento 29 y final pone: Siempre hice el bien y aspiré el perfume/de los azahares en la brisa./Ya no lo dudo:/olerán también a azahar mis cenizas. Y las ídem del vate Undurraga son igual de olorosas, tanto que después de zamparme esta plaquette me dan ganas de seguir leyéndolo.
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