Los murales no pelean. Ni
los gráficos sobreexpuestos en
el Financial Times. Ni los que
usan en las presentaciones desas
cumbres donde los que dicen
manejar el mundo se juntan
a tomar café y comer galletas
y sobarse el lomo y aplaudirse
entre ellos. Ni los viejos rayados
entre la izquierda castrista y
la derecha pinochetista. Todo
deviene en un fósil simbolismo
cuyo único aporte debería ser
el pie para discutir en serio
sobre las distintas mesas
cómo hacer para que la ruindad
no nos coma con zapatos.
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