No hay reloj que no hiera con sus palillos
girando y girando sobre el círculo
puesto sobre la pared o la piel en la espera
de quien desea volver a ver aquel diamante
o ganar otra piedra de confianza para tirar
hacia las ondas cristalinas. Horas, minutos
y segundos trabajan para aumentar
llagas que ni ellos saben que existen:
viven intensamente para que nosotros
sintamos las puntadas despiadadas una vez más
hasta que conseguimos lo que deseábamos
y se borra el tic tac inclemente
por un rato.
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