Cuando era niño, la imagen que tenía del Metro de Santiago era la de una serie de lugares con lindo aspecto y plagado de letreros que leía frente a las vías mismas o desde los andenes, no importaba si fueran de Falabella, Advance (¿por qué me gustaba esa publicidad de cigarrillos, vista también en TV y revistas cuando se permitía que el tabaco fuera promocionado en pantalla por las noches?), Bata, SOPROLE u otras marcas. Ya en la adolescencia seguía admirando su existencia, llegando incluso a viajar una vez desde San Pablo sin pagar, sorteando el torniquete sin que nadie se diera cuenta, dando una vueltica hasta Escuela Militar y luego volviendo pero hasta San Alberto Hurtado cuando se llamaba Pila del Ganso. En el período 1997-2000 cumplí con mi última etapa escolar, y cuando las clases acababan más temprano yo ocupaba el Metro para fijarme una vez más en la publicidad, en las paredes, en la belleza de algo bien cuidado, y a veces me bajaba en Los Leones o incluso en Franklin, todavía no recuerdo por qué. Todo esto aprovechando el pase escolar, claro.
Ya entrado el siglo XXI me transportaba en este sistema con tres rombitos como logo cuando salía de los talleres en Balmaceda Arte Joven (lo mejor sin duda de esas experiencias fue encontrarme con gente de la talla de Rita Ferrer Cancino, Elvira Hernández y Sergio Parra, sin olvidar lo que como coordinadora hizo Paulina Valente Uribe, el Hada Paulina). Y cuando hube de trabajar como conserje en un condominio del centro santiaguino, tenía la facilidad de poder llegar a la Estación Quinta Normal, por entonces todavía una pájara nueva en la Línea 5 que comenzó a funcionar el año 1997. Sin querer me preparé para el dominio de la tarjeta Bip, comprando la ya extinta Multivía.
Sirvan esos dos párrafos a modo de precisión personal como el inicio para que yo me refiera a la sarta de cagazos que están afectando al Metro, algo que llegó a su punto más incómodo el viernes pasado, con la suspensión del servicio en muchísimas estaciones producto de una falla en los cables que alimentan a los rieles de los trenes. A primera hora el Metro fallaba, cuando el gentío necesitaba moverse hacia sus trabajos. Tal complicación se extendió hacia la superficie, causando que los buses del Transantiago se llenaran en ese momento y también en el tramo posterior a las 17 horas; yo mismo lo pude observar cuando me movía de San Joaquín a Santiago Centro, y de allí a Quinta Normal. Esto se suma a otras fallas muy serias que han aparecido durante 2014. Todo esto se ha convertido en un maldito cacho para el Gobierno actual de Michelle Bachelet y para don Andrés Gómez-Lobo, Ministro de Transportes y Telecomunicaciones. Hay un sindicato de trabajadores que asegura haber avisado 3 meses antes del descalabro. Estos horrores que azotan al Metro no son más que el último eslabón de una cadena donde están los llenos excesivos en hora punta, ya que muchos insisten en usarlo para evitar esperar la micro. Hasta mediados de los 00, el Metro era un sistema de transporte donde los problemas eran más bien puntuales y no hacían tanto daño a su encanto original. Pero la implementación del Transantiago quiso integrarlo, y le hizo daño en varios niveles. Sobrecargó su habitual exigencia y mató de frentón lo agradable que era usarlo, haciendo que los choferes repitan lo del cierre de puertas y tal incluso en horario no punta (la luz roja y el timbre bastan para varios de nosotros; en los horarios conflictivos sí se vale repetir, aunque sí me gusta cuando ponen una voz femenina grabada, que conste). Durante el Gobierno de Sebastián Piñera se despidieron a varios contratistas sin un motivo creíble, otro elemento que se puede cotejar como cagazo feo. Pero no se trata de sólo cargarle la mano al hermano del Papurri. La culpa de las fallas de Transantiago y el Metro es de TODOS los últimos que han pasado por La Moneda. Lagos, Bachelet y Piñera son culpables por igual. Y mejor ni hablemos otra vez de las alzas de los pasajes, dolor de cabeza constante. Me acuerdo de cuando Javiera Parra hizo un jingle para el Metro tan melifluo y nulamente representativo del horror subterráneo que a ningún santiaguino puede causarle indiferencia. Este calvario parece no tener fin, mas quién sabe si la cosa mejora...
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