05 mayo, 2012

CAJA MALDITA: Los Picapiedras, un clásico de aquellos

Entre las sólidas creaciones de la factoría animada Hanna Barbera siempre destacan las aventuras de LOS PICAPIEDRAS (Mega, sábado 8:30). En mi modesta opinión, es la mejor serie de dibujos animados de todos los tiempos (LOS SIMPSONS les pisan los talones, otra familia de antología), aunque en los episodios de Pebbles y Bam Bam -los hijos de Pedro Picapiedra (Fred Flintstone en el original angloparlante) y Pablo Mármol (Barney Rubble) respectivamente- cuando llegan a la adolescencia todo se vuelve aburrido y poco empático. Fíjense que cuando esta serie se exhibía por primera vez in the USA ocupaba el horario estelar, ¡con tanto pero tanto éxito que Pedro y Pablo hicieron un comercial de cigarrillos! Todo ocurre en la ciudad de Piedradura (o Bedrock, que es lo mismo). Pedro es un hombre gordo y muy enojón, casado con Wilma Traca de Picapiedra, obrero de la cantera del Señor Rajuela. Pablo Mármol, su vecino y amigo incondicional a pesar de todo, es todo lo contrario del hombre que suele usar corbata azul y camisa naranja: tiene la voz aguda y una facilidad bárbara para reírse. Su esposa se llama Betty, quien llama a Mármol Cuchi Cuchi. ¿Qué más podemos decir de LOS PICAPIEDRAS? Bueno, señalar que en cada historia vivida por estos entrañables personajes hay un nivel considerable de parodia a las conductas sociales más contemporáneas: por ejemplo, en el acto de recibir el piedriódico (ay, el diario de piedra, que no te caiga en la cabezota), en lo del elefante que tira el agua caliente para la ducha, en el apetito consumista al cubo de Betty y Wilma, en el topicazo del fanatismo excesivo por los actores de cine, en el machismo extremo de Pedro (el capítulo en que Wilma llega a trabajar en TV haciéndole publicidad a los productos Rocafil; los gruñidos del panzón eran tremendos), en el dilema moral maximalista como esposos al que se ven enfrentados los amigotes cuando justo sus señoras les piden ir a comer a la hora del juego de bowling (allí, el extraterrestre Gazú les crea dos replicantes; el de Pedrito decía sí, sí, sí, y el de Pablito no, no, no...), etcétera. También quedan para el subrayado momentos como cuando el gordo padecía de ludopatía, y cada vez que le proponían apostar él soltaba: apostar, apostar apopostar, apostar, apostar apostar apopopostar apostar apostar apostar apopopostar... ah, ah ahh... O cuando fue de camping y terminó haciéndose amigo de unos scouts a los que les cantó y les dijo que pasaran por su casita, algo muy parecido al ¿y cuándo vai a ir pa la casa? de nuestro Zalo Reyes, a lo cual esos niñitos respondieron al pie de la letra. O ese capítulo en que Pedro y Pablo se las dan de emprendedores e intentan abrir un restorán, cuyo diálogo más destacado fue sampleado por Los Prisioneros en "Lo estamos pasando muy bien". Si no se acuerdan, se los reproduzco:

PEDRO: Fallar, fallar... ¡Siempre pensando negativamente, Pablo! Tienes que pensar positivamente, ¿entiendes? ¡¡¡POSI-TIVA-MENTE!!!

PABLO: ¡Correcto, Pedro! ¡Fallaremos posi-tiva-mente!

LOS PICAPIEDRAS, por todo lo anteriormente expresado, fue, es y seguirá siendo patrimonio universal de los monos animados, y nunca aburre. Niños y adultos lo saben. Actualmente en Chile Mega exhibe por las mañanas sabatinas un par de capítulos. Gritemos al unísono: ¡YABADABADUUÚ!

Postdata: Acabo de encontrar en YouTube una chifladura de tres dominicanos que para matar el tiempo hicieron un doblaje en su slang de un capítulo de la serie. Si quieren, búsquenlo como "Los Pikapiedras Dominicanos".

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