Galicia, aquella región de España que actualmente es conocida por los chistes que se suelen hacer de su gente -colocándolos como tontos, vaya a saber por qué- y por sus equipos de fútbol (Celta de Vigo, Deportivo La Coruña) también es la tierra natal de Julio Iglesias, y del Premio Nobel literario 1989, Camilo José Cela. Y, de igual modo, vio nacer a un escritor que no debe ser tan nombrado, pero que vale la pena rescatar. Alfonso Castelao (Rianxo, 1886-Buenos Aires (ARG), 1950) en un principio se tituló de médico, pero dejó esa profesión por las ilustraciones y el periodismo; incluso llegó a ser diputado. Al culminar la Guerra Civil se marchó a Argentina.
En cuanto a su obra, hay dos libros suyos, unidos por las bondades editoriales posteriores: COSAS / LOS DOS DE SIEMPRE (Alianza, Colección El Libro de Bolsillo, 1967, traducción del gallego por Alberto Míguez). El primero fue publicado entre 1926 y el ´29, y se compone de varios cuentos muy breves, con "Junto a la naturaleza" como apertura; allí el autor cuenta que la madre natura lo instó a ser un trabajador anónimo de las letras. O sea, ahí está su arte poética. En el resto encontramos asombro terrorífico, viejos pícaros y profundos, confesiones y divagaciones ("Querido amigo", "El burro no se movía"), y es difícil no pensar un poco en la magia de Augusto Monterroso y Juan José Arreola, por esa soltura, por esa claridad de alcances poéticos inigualable.
Los Dos... (1934) es, de punta a cabo, el seguimiento de la amistad de Pedro López y Rañolas, desde su infancia hasta cuando el desgaste común del tiempo los cuartea. Pedrito es mimado a raudales por su tía Agueda, cosa que le influirá gravemente en su comportamiento acobardado: se casa sin pensarlo, y más encima debe soportar a su suegra, la señora Filomena; en medio de todo come y come y come, llegando a hacer lo peor para comer como bestia. Rañolas es lisiado, llega a estar un tiempo en Francia y en un momento es feliz cuando descubre que puede ponerse unas piernas artificiales.
La simpleza de Alfonso Castelao a la hora de escribir favorece todo, con la actitud de la oralidad presente, sumémosle las ilustraciones que agrega a los textos. Por algo, cuando Los Dos de Siempre finaliza, remata diciendo: Que te aproveche, y hasta otra.
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