Las hojas de otoño (esos fetiches
de los afrancesados sin remedio)
saben de verdad lo que es compartir
por más que las creamos muertas:
llegada esa temporada especial
se ven solitarias en sus ramas
pero cuando les corresponde caer
terminan juntas en montones
incalculables, encuentran un calor
que de otra manera no hallarían.
Las hojas muertas viven su otoño
dando la mejor lección de hermandad.
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