a esa hora que anunciabas en la radio
te encontré una vez.
las manecillas del reloj se convirtieron
en cómplices de nuestra piel sin buscarlo.
puntualidad inglesa hubo en cada encuentro,
en cada derrame y gemido que dejamos
resonando más que el tic toc
pero al final la impuntualidad de aquí
fue la tónica que tuvo el momento
en el que terminamos.
todavía en algún lugar faltan tres minutos para las tres
y falta tanto para que los amantes
no condicionen su ir y venir
a una hora maldita.
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