La semana pasada me fijé en la esquina de un lugar que frecuento, y resulta que en el piso de cemento se ve, estancada, la cabeza de una máquina de afeitar desechable. ¿Cómo pudo ir a parar allí, cómo cayó, acaso alguien la enterró por demasiado comprometedora, por idiotez metronómica, por ser culpable de algún tajo, por ser tan digna que merecía un cierto tributo, para escarmentar más que un espantapájaros en un trigal a los cuervos,
o para que este idiota escriba una divagación cualquiera, por decir algo?
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