El jueves pasado, el Presidente Sebastián Piñera anunció un cambio de gabinete que incluía la mudanza de Marcela Cubillos del Ministerio del Medio Ambiente al de Educación (ver posteo anterior). También llamó la atención que Mauricio Rojas pasó de ser su asesor en la redacción de discursos a convertirse en el nuevo Ministro de las Culturas, sucediendo a Alejandra Pérez. Días después, varios medios daban a conocer un par de cuñas de este supuesto ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que se exilió en Suecia y fue diputado por el Partido Liberal del país de Roxette. Una era del primer tomo de DIÁLOGO DE CONVERSOS, serie de dos libros escritos a medias con Roberto Ampuero, actual Ministro de Relaciones Exteriores. La otra, de una entrevista dada a CNN Chile. Lo que Rojas decía allí era que el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos estaba incompleto porque no abarcaba todo eso que pasó antes del Golpe de Estado de 1973, algo que pudo leerse como una crítica constructiva pero queda muy feo desde que él usa la palabra "montaje". Eso fue interpretado como una forma de negación vergonzante de las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado chileno en la dictadura de Augusto Pinochet, y motivó cuñas peores de gente más infame como Jacqueline Van Rysselberghe o Iván Moreira (la UDI "popular" en pleno); ni hablar de cómo saltó el maní hasta la Ministra Vocera Cecilia Pérez. Un grupo de artistas, convocado por el poeta Raúl Zurita, llamó a no participar de ninguna actividad donde estuviera Rojas. Y las redes sociales ardieron más que María Elsa con el Padre Reynaldo, escribiendo #FueraRojas en cada tribuna. Fue tan potente el llamado que a sólo cuatro días de asumir, Rojas renunció.
Fue un triunfo en toda regla de la memoria, del derecho a no dejar pasar todos los goles asquerosos que le pasaron a un país traumado (que no de "cerebros lavados", querido Hermógenes Pérez de Arce), de la unión contundente de los que hacen la cultura de un pueblo: poetas, narradores, actores, bailarines, gestores. Esta pequeña gran victoria está celebrándose en este momento en el mismo Museo, con multitudes que llenan su explanada, sus escaleras, la cercanía con el liceo que está en Catedral. Hace un rato pasé por allí y me gustó muchísimo ver a todos y todas, gente de distintas edades bajo el sol de Santiago Centro (nuestro downtown que cada uno idealizará a su manera, tal como lo hizo Petula Clark en tiempos pretéritos, o incluso le verá el lado sexi como Peaches o Anitta junto a J Balvin). Personitas con banderas de Palestina, de la vieja URSS, del propio Partido Comunista o del Humanista o del movimiento Socialismo y Libertad (SOL). Uno que otro metalero. Un viejo que parecía el doble de Mario Benedetti. Uno con polera de Avenged Sevenfold y polerón que parecía estar bajando para pelear con Mayweather. Hasta Felipe Bianchi estaba paradote. Ya en el escenario, la feliz nómina de simpatizantes más que dignos: Sigrid Alegría, Loreto Aravena, Jaime Davagnino, Daniela Ramírez (el chiste tevito al uso: ¿no era que a Amanda la mataron?), Malucha Pinto, los representantes de un grupo de teatro mapuche, otros de distintas organizaciones, y el señor Estévez, el Director del Museo, protagonistas de una jornada que podría instaurarse a futuro como un día especial en que se reivindique el derecho a no olvidar, porque hay heridas que no se parchan tan fácil. El colorido de los acordes se hizo notar un poco antes de las 16 horas con Silvestre. El Rulo (Los Tetas) aportó con su asedio al vals peruano (no sólo su amiga Mon Laferte cumple de sobra con esa tarea), y Airelavaleria con el dancehall artesanal criollo. Fernando Milagros entregó su lado más desnudo, sin olvidar el karaoke ganador de "Reina japonesa". De Kiruza estaban para recordarnos su aporte a la entrada de la black music en estas tierras: "Algo está pasando" (o qué hubiera pasado si los Beastie Boys fueran de una pobla chilensis y no de Nueva York), "Libre como el viento" y "Nuestro idioma" fueron una gozada. A La Patogallina Saunmachin le bastó una pasada de dub metal (el influjo de Rage Against the Machine y Dub War dando vueltas) con sampleo de Salvador Allende. Raúl Zurita mismo la hizo repotenciando sus versos con González y Los Asistentes de manera tan sólida, igual que el año pasado allí mismo para un acto del 11 de septiembre (busquen la reseña en este blog). Las lecturas de Carlos Cociña y Cecilia Vicuña (apelando a las gárgaras de Yoko Ono, una lindeza) también oxigenan a su manera, y acrecientan esta celebración en un 15 de agosto único e irrepetible. Los que están allí todavía, espero que sigan disfrutándolo.
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