Somos veletas que se han oxidado durante años
de tanto y tanto girar hacia todas las direcciones posibles
e incluso las imposibles. Nuestro norte se transforma en sur
al volverse territorio inasible, punto esquivo sin letreros
ni dibujos en la vía. Ni hablemos de nuestro paso por los bordes
del este y el oeste: muros crueles que daban paso a alambradas
armónicamente déspotas, polvo meciendo las pelusas y cantinas
donde la cerveza sabe a muerto -ninguna flor
ningún abrazo
ningún cielo. Cruzamos
fronteras que nos pedían cada vez más sudor y más lágrimas.
Pero ya estuvo bueno. Ya no haremos el mismo viaje
ni aunque la mejor agencia pusiera un precio idóneo.
Ya toca quedarnos para que a nuestro alrededor
giren otros que encontrarán otras fronteras, otras maderas
fragantes, otro suelo para florecer
mejor que éste donde
nuestras huellas marcan presencia
y todos los puntos cardinales se hacen uno
mirando hacia donde no hay frontera alguna.
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