El colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, tuvo entre sus preocupaciones más allá de su oficio como narrador excepcional, observar el escenario que en esos años ochenta iba gestándose en torno a la energía nuclear, esa amenaza que puso en el imaginario colectivo la imagen del botón que si se apretaba el planeta entero iba a verse perjudicado. Sobre eso dio una conferencia en la ciudad mexicana de Ixtapa, la cual quedó transcrita en una plaquette como EL CATACLISMO DE DAMOCLES (Editorial Oveja Negra, 1986). Quien fue el creador de la notable novela CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967) señalaba allí algo no menor: que se podía ayudar a combatir el hambre y el analfabetismo ocupando una parte de lo que Estados Unidos y la entonces Unión Soviética gastaban en submarinos y en armas. No deja de ser claro don Gabo al decir que la amenaza nuclear colgaba sobre las cabezas como la espada de Damocles, o el cataclismo, como aparece en el título de este breve texto, el cual vale la pena revisar. Dejo este párrafo a manera de muestra: Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia. Con los bombardeos rusos sobre Ucrania, las palabras de García Márquez deben ser reconsideradas.
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